viernes, 25 de septiembre de 2015

Retablo Mayor de la Iglesia de Arroyo de la Luz (Luis de Morales, 1963-1964)



Iglesia de Arroyo de la Luz (Cáceres) 




El retablo mayor de esta parroquia cacereña, se encuentra situado en la población de Arroyo de la Luz, conocido hasta 1937 como Arroyo del Puerco. Forma parte de uno de los tres retablos que el pintor pacense, Luis de Morales, realizó entre los años 1563 y 1564 (junto con el de Higuera la Real y el de Santo Domingo de Évora) con los cuales consiguió fama internacional. Pero este destaca sobre los demás por ser el único que ha sido conservado en su integridad y en su lugar originario de realización.

Luis de Morales, fue apodado “El divino” por Palomino de Castro, un pintor, escritor y crítico de arte de principios del XVIII, donde en su biografía de los artistas españoles lo califica así. 


Vista general del retablo
Historia

Alonso Hipólito se encargó de la estructura y escultura del retablo. En 1560, una vez finalizada esta primera etapa, se contrató a Pedro de Aguirre para que lo dorase, labor que ya debía de estar finalizada en 1567. Entre 1563 y 1567, el más famoso pintor extremeño del momento, Luis de Morales, el Divino, realizó las pinturas, que aún hoy se conservan. Es su obra más completa. Un verdadero políptico del artista, donde concentró todas sus habilidades y maneras.

El trabajo del afamado pintor, consistió en doce tablas grandes y 4 pequeñas. La presencia de Morales en otros lugares, así como el no muy elevado coste del trabajo ejecutado, que no superó los 400 ducados, hace pensar que parte de las pinturas eran realizadas por sus oficiales de taller.



Estructura

Está compuesto por 16 tablas encuadradas en una composición arquitectónica plateresca, agrupadas con arreglo al simbolismo litúrgico. Se organiza en tres alas, amoldándose al ábside poligonal que lo cobija. Se articula en cinco calles, cuatro entrecalles, banco y tres cuerpo, rematando en su parte superior con tres áticos.

A continuación, realizare una reconstrucción en altura de cada una de sus pinturas:

Banco: (de izquierda a derecha) aparecen en forma de retrato corto y sobre fondos dorados: 

- Lado del evangelio:


San Juan Bautista
Jesús atado a la columna










- Lado de la epístola:

Ecce-Homo

San Jerónimo











De ahí hacia arriba ya son representados como figuras de cuerpo entero y en escenas grupales. 

- Primer cuerpo: 

Bajada al limbo

Resurrección











Ascensión
Pentecostés













- Segundo cuerpo:

Nacimiento
Anunciación













Adoración de los reyes
Circuncisión











- Cuerpo superior: 


Encuentro con la verónica

Oración en el huerto













Enterramiento
Descendimiento









Estilo

Los temas tratados aluden de forma narrativa al Nuevo Testamento, desde la anunciación a la Virgen, al nacimiento, infancia, pasión, muerte, resurrección de Cristo etc. El ciclo se concluye con el pentecostés, o la visita del espíritu santo a la virgen y los apóstoles, para concederles el don de lenguas. Otras escenas más sencillas y pequeñas, de santos y profetas, completan la pintura del retablo.


Esta obra, se sitúa en el momento de su producción más feliz y fecundo; su obra cumbre. Encontramos la ternura y delicadeza de Jesús Niño, la sublime grandeza del drama del calvario con sus piedades y ecce-homo. Las madonas, tienen una marcada influencia italiana, de rostro oval, párpados caídos, hermosa cabellera y sus velos trasparentes, influido por Rafael.

El dolor de Morales no esta marcado por las lágrimas, o las alegrías con sonrisas. Solo hay seriedad y dolor seco, propio del público extremeño. Frente a los cuadros de carácter devocional, de fondo neutro y de pocas figuras, que caracterizan buena parte de la obra del pintor, en casi todas las tablas de este retablo podemos observar que también fue capaz de crear composiciones más complicadas y repletas de personajes, a los que rodea de paisajes y arquitecturas.


Su compleja formación artística le hace tener un cruce de complicadas influencias. Estudió con Pedro de Campaña, en Sevilla, de quien recibe su devoción por los modelos italianos, interpretados con sensibilidad y técnica flamenca. De los Portugueses obtiene el fuerte patetismo y amanerada dulzura. De Alonso Berruguete su energía. De Leonardo, su constante inclinación a la esfumatura y el misterio de sus sombras. Del grabado europeo, principalmente los de la Pasión pequeña de Durero (publicados en 1511) recibe su inspiración constante. 

Con todo esto, su estilo personal culminará en la década de 1560, cuando realiza el retablo y coincidiendo con la corriente manierista de figuras alargadas e inestables, presente en su obra.


Bibliografía

- MARÍAS, Fernando, Luis de Morales ‘El Divino’, Madrid, Historia 16, 1992.
- GAYA NUÑO, Juan Antonio, Luis de Morales. Madrid, Instituto Diego Velázquez, 1961.
- BERJANO ESCOBAR, Daniel, El pintor Luis de Morales: El divino, Madrid, Ediciones Matev.
- Fotografías: http://www.parroquiaarroyo.org/retablo/cuadros.html

jueves, 24 de septiembre de 2015

Mata Mua (Paul Gauguin, 1892)



MATA MUA (o Érase una vez)
Paul Gauguin
1892
Museo Thyssen

Lo primero a destacar de esta obra, que resulta de esencial relevancia, es que fue realizada durante su periodo de estancia en Tahiti. Gauguin, se traslada allí en junio de 1891. Durante este momento importante de su vida, busca huir de la civilización europea y de todo lo artificial para buscar los orígenes más puros del ser humano; al margen de occidente. Como él mismo afirmó en su famosa frase “Je veux aller chez les sauvages”, quiero irme con los salvajes.
Su búsqueda de lo primitivo y lo exótico estuvo presente durante toda su vida, pero es con su estancia en Tahití donde consigue crear un arte más próximo a aquello que él buscaba. Durante su primera estancia estuvo hasta julio de 1893. Esta obra pintada en diciembre de 1892, se realizó como motivo de haber experimentado que el paraíso perdido que buscaba, no existía como tal. El propio titulo de la obra en francés “autrefois”, antaño en español, alude nostálgicamente a aquel pasado glorioso, que para Gauguin, residía en esencia en el arte primitivo.


Pero, a pesar de que su viaje no fue del todo lo que esperaba, logro evadirse de la realizar para pintar lo que pudo ser. En este lienzo se reúnen ambas cuestiones que el planteaba, al presentar el exótico paisaje, con fuertes colores (seña de identidad de Gauguin) y los primitivos bailes y cultos que aparecen al fondo, junto al gran ídolo. En este lugar no hay contaminación, todo es armonía, paz y esencia.


La escena se desarrolla en un paisaje idílico, cerrado por montañas. Hay varios planos de representación, separados entre si por líneas onduladas dispuestas sobre el eje horizontal, dando la impresión de montículos con sombras coloreadas. Estas separaciones las hacían los artesanos antiguos con los esmaltes y las vidrieras, técnica que empleó Gauguin por primera vez en Bretaña.
En este espacio hay dos planos de acción. En primer plano aparece una mujer tocando la flauta junto a otro personaje. Esta representación, es similar a la obra del autor, Arearea (o Pastorales tahitianas), copiando la disposición de las dos figuras y hasta el tipo de árbol. En un segundo término, separados por un árbol que divide la composición hay un segundo grupo que baila alrededor de la diosa Hina, deidad de la luna. Cabe señalar, que esta escena es producto de la ficción de Gauguin, se inspira en varias fuentes, pero desconocemos si la estatua existía o si el ritual fuese de esa forma.
Los colores, muy variados, están aplicados de manera plana, siguiendo la estampa japonesa, interesándose por los contrastes cromáticos, y quedando algunos restos de influencia impresionista al aplicar algunas sombras coloreadas.


Lo que encontró Gauguin en Tahití, no era más que los restos de un pasado glorioso, para entonces en vías de extinción (hoy día, extinto por completo). Mata mua (Érase una vez); es un canto a la vida originaria que tanto ansiaba encontrar el pintor francés. Lo realiza en colores planos, muy vivos, al margen de cualquier pretensión naturalista, lo cual supone una pintura muy primitiva, un canto a esa edad de oro perdida.


Enlace:
http://www.museothyssen.org/thyssen/ficha_obra/710

JEAN-FRANÇOIS MILLET (1814-1875)

Retrato realizado por Nadar
En 1848, unos artistas se congregaron en la aldea francesa de Barbizon para seguir el programa de Constable y observar la naturaleza con ojos limpios. Uno de ellos fue Jean-François, Millet, que resolvió ampliar este programa del paisaje a las figuras. Se propuso pintar escenas de la vida cotidiana de los campesinos, mostrándolos tal como eran, eso es, pintar hombres y mujeres trabajando en el campo. Es curioso advertir que esto haya podido considerarse revolucionario, pero en el arte del pasado los campesinos eran considerados como paletos jocoso.
Rosen y Zerner señalaron que “los tres enemigos de la pintura realista eran lo sentimental, lo pintoresco y lo anecdótico”. De estos aspectos, el que sería característico de Millet, es sin duda el sentimentalismo. Y es que, la Revolución de 1848 no había pasado en balde, y es evidente la carga de denuncia por las condiciones de vida de los campesinos pero, donde otros artistas se habrían estancado en la carga política del cuadro, Millet, les dota de un afán épico para hacerles aparecer como sentimentales.

Autor
Jean-François Millet, nacido el 4 de octubre de 1814 en una familia campesina de Gruchy, en la región de Baja Normandía.
Se preparó como pintor local de Cherburgo, después estudio en París en 1837 con Delaroche. Estaba influido por Daumier, trabajó en un estilo pastoral con toques socialistas, que siguió desarrollando en el pueblo de Barbizon, en el bosque de Fontainebleau, donde se instaló en 1849 con Théodore Rousseau, Narcisse Díaz y otros. Los miembros de este grupo, llamado la Escuela de Barbizón, influidos por Corot, los paisajistas holandeses del siglo XVII y Constable, fueron los precursores del impresionismo.

La reputación y el éxito de Millet crecieron a lo largo de la década de 1860, por sus exposiciones en el Salón. Fue nombrado Caballero de la Legión de Honor; la más conocida e importante de las distinciones francesas. En 1870 fue elegido jurado del salón.
Sus últimos años destacan por el éxito financiero y su creciente reconocimiento oficial, a pesar de ser incapaz de completar los encargos gubernamentales por su salud. Falleció al poco de casarse con Catherine, el 20 de enero de 1875.

Sentimentalismo
El sentimentalismo, como característica, sería uno de los principales rasgos del arte del siglo XIX. Sobre todo en la literatura. Pero aquí, se trata como si fuera un sub-movimiento, del cual es partícipe Millet. Es difícil de definir, pues la falsedad de las emociones depende en gran medida de la percepción del espectador.

La historia de Millet, es una demostración espectacular de ello.
Ciertos cuadros, como las espigadoras, en un principio habían sido una representación  de la realidad brutales y profundamente revulsivas, para pasar posteriormente a ser considerados sentimentales y convencionales.
El ángelus, siempre tendrá mala fama porque no es fácil defenderlo de esta acusación.
Resulta imposible evitar las asociaciones exteriores que evoca la pintura, o, lo que es peor, están construidas por ella. El propio cuadro se muestra en exceso abrumado ante la dignidad de la vida de la pareja campesina. Exhibe sus méritos y sus sufrimientos, demuestra compasión por su piedad.

Millet nunca buscó ni explotó el sentimentalismo, por lo menos, no de la forma en que lo hizo un pintor contemporáneo suyo como Bastien-Lepaga, participe del naturalismo, influido por Millet y Courbet, el cual también tenía como tema central los retratos de figuras y escenas campesinas; pero dotándolas de un cierto aire melancólico. A pesar de eso, serán los cuadros de Millet los que se convertirían en ejemplos claros de ellos. Mostrándonos una sensibilidad hacia el campesinado y la gente de campo, sin intención de que fuese así.

Obras
Son muchas las obras que realizó el artista, pero en este apartado me dedicare a hacer una mención de aquellas que tuvieron una mayor importancia, y donde hay una mayor unión entre figura y paisaje; característica clave de su obra


El aventador (1848)
Museo del Louvre, París
Es una de sus obras tempranas. Enviada al Salón de 1848 junto con La cautividad de los judíos en Babilonia, coincidiendo con el año en que el jurado para la admisión se suprimió; todo lo presentado en el Louvre, fue admitido. El aventador obtuvo un claro éxito, mientras que la otra dejó al público bastante frio.
Se presenta una figura de un campesino, alzando su arel sobre su rodilla harapiento, lanzando al aire en medio de una columna de polvo dorado, el grano de su cesta. La forma de arquear su cuerpo es magistral. Tiene un color soberbio; el pañuelo rojo de la cabeza, las piezas azules de los andrajos de su vestido son de un capricho y un cocinado exquisito. El efecto polvoriento del grano, que se esparce volando, no podría estar mejor expresado. Es todavía una obra un tanto pobre, que se ganó al público por el uso de los colores cálidos.



El sembrador (1850)
Museum of Fine Arts, Boston
Oleo sobre lienzo 101,6 x 82,6 cm
Fue concebido y ejecutado en Barbizon, en la llanura de Bière, con la preocupación exclusiva y el recuerdo del país normando. Barbizón le dio como teatro la tierra de La Hague, donde pudo formular su obra.
Representa a un joven de aspecto salvaje, vestido con un chaquetón rojo y calzones azules, con las piernas envueltas por un trenzado de paja y el sombrero arruinado por la intemperie. No es un hombre de Barbizon, sino un muchacho de Greville que, con paso orgulloso y serio, realiza su tarea en las escarpadas tierras de los acantilados, en medio de nubes de cuervos que se lanzan sobre el grano.
Ese personaje, podría ser el propio Millet, reencontrándose con su tierra natal.
Este cuadro, fue ejecutado con fuerza, con un arrebato furioso, pero al final de su trabajo, Millet reparó en que le faltaba la materia, el lienzo era demasiado corto, y rehízo la figura calcando exactamente las líneas del dibujo y dio a luz al hermano gemelo que apareció en la exposición de finales de 1850.
Sembrador a la puesta de sol, Van Gogh
Artistas y críticos vieron en la obra una figura severa, un gesto amenazador, que parecía lanzar al cielo “Puñados de metralla”, como para protestar contra la miseria del trabajador.
Se las ingeniaron entonces para encontrar en todas las escenas de la vida contemporánea alusiones a la política y protestas contra el egoísmo social.
Esta obra, al igual que el aventador, parecen formar parte de un catalogo sobre las actividades en el campo. Ambas tratan los mismos temas: personas individuales realizando actividades de campesinos. Pero en esta segunda, se nota ya una evolución, que desembocará en sus próximas obras.
Resulta interesante compararlo con la obra de Vincent Van Gogh, Sembrador a la puesta de sol (Museo Kröller Müller), realizado en 1888. Ambos personajes aparecen en la misma posición y actitud, pero la forma de tratarlo es muy diferente.



Las espigadoras (1857)
Museo de Orsey, París
Óleo sobre lienzo 83,5 cm x 110 cm

Es su cuadro más famoso, paradigma del realismo.
El termino realista, aplicado a esta obra, nos alude por lo tanto, a la no adulteración de los acontecimientos. Es simplemente la captación de una instantánea cualquiera, en un día cualquiera de la vida de esas mujeres, o de cualquier mujer que trabajara el campo

Aquí no se halla representado ningún incidente dramático, nada que pueda considerarse anecdótico: no se trata más que de tres atareadas jornaleras sobre una llanura que se está segando. No son hermosas ni atractivas. No existe la sugerencia de un idilio campestre en el cuadro; se mueven lenta y pausadamente, entregadas a su tarea.
En el cuadro, están representadas tres pobres mujeres, una anciana y dos jóvenes, recogen las espigas caídas en un campos que se acaba de segar. A lo lejos, el dueño y la gente de la granja están ocupados cargando las carretas y haciendo montones. La anciana apenas está encorvada; las dos jóvenes, inclinadas hacia el suelo, cogen con una mano una espiga y con la otra sostienen unos haces ya atados. Se aprecia en él, el movimiento de tensión, el alargamiento de los brazos y del cuerpo para mendigar a la tierra esas briznas de trigo. Todos estos rasgos, son verdaderamente soberbios.

Pero además, Millet, las aporta un rasgo muy humanista acerca de la sociedad rural del siglo XIX. Millet ha procurado resaltar su dolida y recia constitución y sus premeditados movimientos, modelándolas vigorosamente con sencillos contornos contra la llanura, a la brillante luz solar. Así, sus tres campesinas adquieren una gravedad más espontánea y verosímil que la de los héroes académicos. La colocación, que parece casual a primera vista, mantiene esta impresión de equilibrio apacible. Existe un ritmo calculado en el movimiento y distribución de las figuras que da consistencia a todo el cuadro y que nos hace percibir que el pintor consideró la labor de las espigadoras como una labor de significación noble.

Pudo verse en el salón de 1857, lo cual le afirmó claramente en la opinión pública. El resto de artistas, que sabían ver, quedaron sorprendidos por una obra superior a todo lo que habían hecho. Toda dificultad había sido superada, todo estaba logrado: la exacta verdad de las figuras que parecían esculpidos, la profundidad de los planos, la luz rubia y hermosa envolviendo el cuadro con su penetrante limpidez, un color soberbio y sobrio, el carácter grandioso y severo de las espigadoras, y por último, el movimiento de sus cuerpos, flexible y hermoso hasta la distinción.

Por otro lado, también le llovieron críticas. Se repartieron en dos bandos: unos quisieron ver en él un alegato contra la miseria del pueblo, mientras que otros encontraron que estas tres pobres mujeres eran como bestias feroces que amenazaban el orden social.
Y es que, con este cuadro, se glorificaba a la gente que trabajaba la tierra, se les veía dolidos, pero se les veía. Habían llegado al Salón, y ahora todo el mundo apreciaba esa obra y a esa gente. Pero considero, que el realismo es una de las funciones que tiene: mostrar la realidad, esa realidad que a veces olvidamos.

Esta obra, se distingue de las anteriores por la abundancia en la sobriedad que es la marca de los talentos culminantes y la firma habitual de los maestros. El cuadro llama la atención por su aspecto de grandeza y serenidad. Casi parece como una pintura religiosa, donde todo es calma. El sol de agosto calienta vigorosamente la tela, pero no sorprenderéis en ella ninguno de esos rayos caprichosos, es un astro serio que madura los trigales, que hace sudar a los hombres y que no pierde el tiempo en bromear.


El Angelus (1857-1859)
Museo de Orsay, París
Óleo sobre lienzo, 56 cm x 66 cm

En este cuadro, aporta una concepción verdaderamente novedosa. Alfred Senseir, considera que quiere dotar al cuadro de una “connotación musical”. Pretende hacer oir los ruidos del campo y hasta el tañido de las campanas. “La realidad de la expresión puede dar todo eso”; decía Millet.

Esta obra fue una de sus obras predilectas. En él reencontraba las sensaciones de su infancia. Retrataba al hombre religioso, supersticioso quizá, ejerciendo su vida de trabajo, de humillaciones y de esperanza.
En el momento en que el día va a desaparecer, dos campesinos, un hombre y una mujer, oyen dar el Ángelus. Se levantan, se paran y, de pie, con la cabeza descubierta y los ojos bajos, pronuncian las tradicionales palabras: Ángelus Domini nuntiavit Maria. Es una escena humilde, donde una pareja se recoge en sus plegarias. Millet nos los muestra como supervivientes de esa vida tan dura, y pidiendo a Dios que puedan seguir trabajando esa tierra.

El hombre, un verdadero campesino de la llanura, con la cabeza cubierta por una masa de pelo corto, pero tieso como fieltro, ruega en silencio; la mujer encorvada, está enteramente recogida. El paisaje es una polvareda de luz en el ocaso, uno de esos finales del día que abrazan con una púrpura universal el firmamento y la tierra. El tono alcanza la más poderosa armonía: Millet ha puesto en él todos los recursos de su paleta.
Realiza una labor de claroscuro. Los rostros quedan en sombra, mientras que la luz destaca los gestos y las actitudes, creando una sensación de recogimiento, de calidez, y de hogar.

Fue ejecutada originariamente por encargo del pintor americano Thomas G. Appleton, que no llegó a comprarla. Esta pintura fue vendida por mil francos y luego cambió de manos en diversas ocasiones. La espectacular subida de precio a lo largo e las transacciones corre pareja al alza fulgurante de la popularidad de Millet. El cuadro acabaría siendo vendido por 580.650 francos, a la american Art Association en medio de una gran campaña publicitaria, al no poder rescatarla para el Louvre el gobierno francés. Fue expuesto en varias ciudades americanas y posteriormente, vuelto a vender por 800.000 francos, a Alfred Chauchard, director de unos grandes almacenes, quien la legó al Louvre.

Angelus (Salvador Dali, 1932)
Angelus (Salvador Dali, 1933)
Angelus (Salvador Dali, 1935) 














Esta obra, fue reinterpretada por Salvador Dalí, en varias ocasiones (1932, 1933 y 1935), de la cual además escribió, y afirmó, que la obra se había convertido para él en “La obra pictórica más íntimamente turbadora, la más densa”



Los sembradores de patatas (1862)
The Walters Art Museum, Baltimore
También llamada plantadores de patatas. Es una de sus obras más hermosas. Una pintura límpida, en la que la calma de los campos es admirablemente captada. Un hombre y una mujer están en una llanura inmensa en la que los surcos se pierden en el horizonte, donde está el vecindario de un pueblo del que solo se ven algunas casas sumidas en un aire luminoso. El hombre entreabre el suelo con su azada y la mujer echa en él la patata que debe multiplicarse. Un gran manzano da sombra a un asno y a un niño que la pareja ha llevado con ella al campo. El niño duerme en las alforjas del asno. La joven familia al completo está ahí y pasará la jornada trabajando, pues el pueblo está lejos, muy lejos.
Su sabia estructura, la proporción justamente equilibrada de las dos figuras y su hermoso color gris aguzado hacen de este cuadro una estampa impecable.


Influencias posteriores 
En su vida, recibió críticas y también cosecho grandes éxitos, lo que lo llevo a ser reconocido como un gran artista. Aun en vida, fue reconocida su valor, realizándose en 1867 en la Exposición Universal una gran muestra de su obra con Las espigadoras, El Ángelus y Plantadores de patatas, entre otras obras.
Ejerció influencia en artistas ya citados como Dalí, Vincent Van Gogh, también en Monet y Seurat.
Pero, a mi parecer, también influyó en otros ámbitos fuera del pictórico; siempre en lo relacionado con la manera de tratar el campo.

En concreto, hago referencia, al director de cine norteamericano Terrence Malick, con su primera película Malas Tierras (Badlands, 1974), practica con la luz. Ambientada la historia en la vida rural, y nos deja con algunos planos de gran belleza.
Fotograma de la película "Badlands", 1974















Pero no será hasta su siguiente película, Días del cielo (Days of Heaven, 1978), donde desarrolle el uso de la luz hasta su máximo exponente. Recoge la esencia de los cuadros de Millet: la manera de usar la luz dejando el cielo fuertemente iluminado por la última luz del día y las figuras en claroscuro. El director trabajó únicamente en los atardeceres y amaneceres, lo que supuso una larga y dura tarea de rodaje.
En concreto, parece que el director quisiera imitar la belleza de los trigales y el campo que se veía en El ángelus.
 
Fotograma de "Días del cielo", 1978



Bibliografía
- RODRÍGUEZ RUIZ, Delfín, Del Neoclasicismo al Realismo. La construcción de la Modernidad, Madrid
- ROSEN, Charles y ZERNER, Henri, Romanticismo y Realismo. Los mitos del siglo XIX, Madrid, Blume, 1992.
- NOCHLIN, Linda, El Realismo, Madrid, Alianza, 1991.
- SENSIER, Alfred. Jean-François Millet. Vida y obra, Ediciones Encuentro, Madrid, 2011
- MARTIN REYNOLDS, Donald, Introducción a la Historia del Arte. El siglo XIX, Edit. Gustavo Gil, Barcelona, 1985


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